Los diarios de Prensa Ibérica han publicado un artículo de Leo Farache sobre la apasionante y, a menudo, difícil conversación con los hijos adolescentes. ¡Todo un reto!
Propone siete ideas:
- La responsabilidad de tener conversaciones fructíferas con nuestros hijos adolescentes es nuestra. Puede ser un reto difícil, quizás más en una relación ya erosionada. No podemos dimitir de nuestra posición de líderes, somos nosotros los que no debemos perder la calma, los que debemos controlar nuestras emociones.
- No debemos escuchar en términos autobiográficos cuando nuestros hijos nos hablen, ni cuando les preguntemos. Escuchar y hablar en términos autobiográficos significa utilizar nuestra vida, nuestras experiencias como referencia mental y verbal. En ese caso, no nos estamos poniendo en su lugar. Lo que estamos pretendiendo es que ellos se pongan en el nuestro. La empatía es fundamental para tener una buena relación con nuestros hijos.
- Si queremos tener éxito en las conversaciones con nuestros hijos adolescentes no evaluamos ni sondeamos – preguntar desde nuestro marco de referencia-, no damos consejos basándonos en nuestra experiencia, ni damos interpretaciones para explicar conductas explicando lo que ocurre desde nuestros motivos y motivaciones personales.
- Toda nuestra atención y conversación está dirigida a entender a nuestros hijos, no desde la lógica, sino desde las emociones. Se trata de ser reyes de la empatía, tratando de adivinar, sin evaluar, sus sentimientos. Por ejemplo: – Hijo: “Papá, el colegio no sirve de absolutamente nada” – Padre: “El colegio te está frustrando, ¿eso es lo que sientes?”.
- Para que nuestros hijos sientan que de verdad estamos preocupados por sus pensamientos y sentimientosles preguntamos siempre con cariño y sin juicio.
- No repitas todo el rato lo mismo. Es agotador para ti y para tus hijos.
- Evita las etiquetas, solo perpetúan la conducta errónea. Por ejemplo, repitiendo frases como: “eres un desordenado”, “eres un cómodo”, “eres un asocial” solo consigues que su cerebro aprenda de la repetición y acabe por creerse lo que le dices. Esto le impedirá cambiar. Su cerebro justificará que es un desordenado, un cómodo o un asocial. Y la persona responsable de que eso ocurra no es tu hija o hijo, eres tú.
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